El blog del museu
Títol
La evocación del pasado a través del viaje
Created date
Introducció
¿Es posible usar el viaje como herramienta útil de relato histórico?
El monasterio de Pedralbes es un ejemplo paradigmático de conservación de un monasterio medieval que resta, inalterable, al paso del tiempo y contempla, con orgullo, las huellas de la cotidianidad que emanan de sus muros centenarios. El cenobio, fundado en 1326, es ahora un excelente conjunto arquitectónico de época medieval que ha llegado a nuestros días en un estado de conservación notable gracias a los trabajos de investigación histórica, mantenimiento estructural y concienciación patrimonial que permiten acercar a sus visitantes la realidad del paso del tiempo de un monasterio del siglo XIV.
¿Cómo han incidido sus setecientos años de historia? ¿Cuál es la percepción que ha tenido de su entorno? ¿Cuál es la impresión que ha dejado a sus coetáneos? Tomamos el testigo tardío de un relato de viaje de la revista ilustrada La Esfera (1914-1931), publicado el 27 de noviembre del 1915, con el título El pasado en el presente. En él, el periodista evidencia el retrato innegable de una época de cambios, entre la melancolía del espejo del pasado y la urgencia de la contemporaneidad, no exenta de peligro. Representa la metáfora del homo viator, el hombre viajero, donde el viaje acontece la herramienta para comprender el progreso y reflexionar sobre el pasado para entender los contrastes del presente.
Empieza el periplo al término de Sarriá, al que subraya como único pueblo colindante con Barcelona, que todavía no ha sido agregado a la gran urbe, donde decide alquilar un carruaje de caballos, que se enfila carretera arriba, hacia la montaña, hasta llegar a una pequeña plaza. No era una frase inocente, puesto que, seis años después, el 4 de noviembre de 1921, el rey Alfonso XIII firmaba el Real Decreto presentado por el gobierno por el cual el pueblo de Sarriá quedaba agregado en la ciudad de Barcelona, a pesar de las protestas de los vecinos. La ciudad, así, culminaba el polémico proceso de anexión de los municipios próximos que definiría la metrópoli actual a partir de la configuración de una identidad fragmentada que solo el tiempo y la contemporización podrían llegar a cohesionar.
Parémonos, de nuevo, al relato, sobre todo a la intencionalidad del contraste de la decadencia que describe: Reina en aquellos lugares un silencio profundo. A nuestra derecha hay un antiguo parador. Hace diez, hace veinte años, elegantes parejas penetraban en él, ocupando las glorietas de su jardín umbrío, y más de una vez llegó a nuestros oídos el sonoro chasquido de un beso. ¡Hoy,…nada! Aquí, el autor, no esconde el tópico de la melancolía, de la nostalgia de un pasado mejor, que es, de hecho, una de las esencias del romanticismo, sobre el que reflexionaré más adelante, pero también hay, inherente, la idea del contraste con el progreso urbano moderno.
Así, después de llegar al que hoy sería el cruce de la calle Montevideo con el inicio de la Baixada del Monestir, el cronista se encuentra un paisaje desolador, sin vida, con ciertas referencias más propias de la literatura gótica que la de un relato de viajes: En los bordillos de las aceras crece la hierba. Puertas y ventanas están cerradas. En el suelo no hay papeles, cortezas ni detritus. El aire es fresco y húmedo; el silencio sepulcral. Al andar por la acera, nuestros pasos resuenan claros, vibrantes… Una vez llegados en la plaza del monasterio, se encuentra con una niña afligida, a la que utiliza como recurso para lamentar la desolación de su existencia y el contraste de la realidad decadente del monasterio con la de la ciudad. Después de distraerse con el sonido estridente del paso de un automóvil, en la lejanía, que acentúa el aislamiento melodramático del cenobio, el autor se permite una reflexión: ¡Cuán distante está esto de Barcelona y de su espíritu!... Mayor tristeza que en tiempo de Jaime II, cuando su esposa, la bella Doña Elisenda de Montcada, fundó este monasterio y dio vida al hoy muerto caserío. Nos detenemos brevemente aquí para hacer una reflexión sobre el recurso del contraste entre el esplendor del pasado y el envilecimiento del presente, propios del contexto de la literatura gótica y el romanticismo.
La recuperación romántica del pasado medieval comportó la reconstrucción de una determinada imagen del pasado conforme con un sistema de valores oscilante bajo la sombra de la tradición. El rechazo al racionalismo, al individualismo y al cosmopolitismo del siglo anterior se reflejaría en la influencia del sentimiento nacionalista de una literatura subordinada a la necesidad de buscar los orígenes de la nación en la edad media. Es gracias a la dimensión literaria que la edad media entra al presente y aparece la imaginación como dimensión propia de la historia, con la complicidad de la novela histórica. En este ejercicio de imaginación, se establece un acuerdo ficticio entre el lector y el escritor, cómplices del juego que propone el último, en cuanto que la realidad de la ficción novelesca supera la creencia en la verdad o falsedad de los hechos narrados. Es una nueva dimensión a partir de la cual se expresará la historia, que irá más allá de la representación, el simbolismo o la ideología. Y es este el contexto sin el cual no podemos entender el tono inicial del artículo, por mucho que se sitúe al final de una herencia que pronto se vería superada por la modernidad y la crisis de valores acentuada por las consecuencias de la Primera Guerra Mundial (1914-1918), que ya era, de hecho, vigente en la redacción del texto. El autor no es ajeno a esta coyuntura y, por eso, exalta la ciudad de Barcelona, como símbolo de progreso, en contraste con el declive de un monasterio que, sin embargo, había recuperado parte del esplendor perdido gracias al mecenazgo de sor Eulària Anzizu (1868-1916), quién restauró la iglesia, el refectorio y el dormitorio. No interesaba, pero, esta visión, fuera consciente de los cambios o no. En su relato, el contrapunto que representaba la lentitud del aislamiento del mundo rural, encabezado por el monasterio, acentuaba la percepción de modernidad del mundo urbano, pero la distancia moral con su pasado medieval no servía de pretexto para hacer ningún discurso regeneracionista, sino para reforzar el binomio del progreso moderno urbano con la melancolía de los tiempos pasados.
Esta defensa se ve en la parte final del relato, cuando bajo el pretexto del atardecer decide iniciar el viaje de vuelta: En esto, el sol ha traspuesto ya las vecinas cumbres. Las montañas han ido escureciéndose. Viene de la fronda un airecillo húmedo. Blancas guedejas de niebla van resbalando silenciosas monte abajo hasta llegar a la hondonada. Una tristeza enervante, acongojadora, se apodera de nuestro espíritu. La descripción, más propia de la teatralidad de la literatura gótica, que apela a la transgresión sentimental en un marco casi sobrenatural, sirve para resaltar la gran distancia, temporal y espiritual, de lo que había sido el monasterio con la triste realidad contemporánea que el autor pretende transmitir. La necesidad de crear una atmósfera envejecida, lejana y nostálgica queda reflejada al último párrafo, con la despedida: Comienza el destartalado coche a desandar lo andado. La luna, atravesando las copas de los árboles, dibuja en la carretera complicados arabescos. Refulgen en la negra profundidad del cielo multitud de puntitos luminosos. A un lado y otro, alfalfales, trigales y herreñales, nos envían el acre olor a tierra recién mojada.
Este testigo de hace más de un siglo sirve para ilustrar el viaje como herramienta útil de relato histórico y para evocar un pasado no exento de un revisionismo anacrónico. El pretexto del puente entre la decadencia y la modernidad, entre el eco del pasado y la realidad contemporánea, ya era presente en la literatura de viajes de principios del siglo XX en España, pero la confrontación con el pasado medieval es especialmente significativa en el cenobio. El monasterio de Pedralbes, que hará 700 años en 2026, es ahora un espacio de diálogo contemporáneo con la ciudadanía que participa de las actividades y las exposiciones del centro y donde el pasado interpela con el presente a partir de tres elementos que han definido la esencia del cenobio a lo largo de su historia: patrimonio, mujeres y espiritualidad. La celebración del séptimo centenario de su fundación representa el triunfo de la cotidianidad de la reivindicación histórica, muy lejos del aislamiento y el decaimiento expuestos al relato que he esbozado.
Enric Puga