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La capilla de San Miguel

La celda o capilla de San Miguel está decorada con un magnífico conjunto de pinturas murales encargadas —según consta en dos contratos de los años 1343 y 1346— al pintor Ferrer Bassa por la abadesa Francesa ça Portella, que quería convertirla en su celda particular. A pesar de que el contrato especificaba que la capilla debía pintarse con la técnica del óleo, se trata de pinturas murales ejecutadas con una técnica mixta: al fresco y al seco. Las pinturas constituyen el primer exponente en la Península de la pintura italiana del trecento. La iconografía se inspira en las devociones marianas y representa la Pasión de Cristo, los gozos de la Virgen y varias figuras de santos.

El ciclo narrativo transcurre de izquierda a derecha y se presenta en tres franjas pictóricas. La superior, dedicada a la Pasión de Cristo, muestra siete escenas: la Oración en el Huerto y el Prendimiento de Jesús, los Improperios, el Camino del Calvario, la Crucifixión, el Descendimiento de la Cruz, la Piedad y el Santo Sepulcro. La central, dedicada a los gozos de la Virgen, presenta las siguientes escenas: la Anunciación, la Natividad de Jesús, la Adoración de los Reyes Magos, el Triunfo de la Virgen, la Resurrección de Jesús, la Ascensión de Jesús, la Venida del Espíritu Santo y la Coronación de María. En la franja inferior, las restauraciones han dejado al descubierto una representación marmolada. En los laterales, aparecen quince santos pintados, repartidos entre el registro superior y el central. En el nivel superior pueden verse, por orden de izquierda a derecha, san Miguel, san Juan Bautista, san Jaime, san Domnino, san Honorato, santa Isabel y san Esteban, mientras que en el nivel medio figuran san Narciso, san Francisco, santa Clara, santa Inés, santa Catalina, santa Eulalia, santa Bárbara y san Alejo.

La capilla fue concebida como espacio devocional particular de la abadesa Francesa ça Portella, pero con el tiempo pasó a ser el archivo del monasterio. Entre 1801 y 1870 fue usada como guardarropa y posteriormente se convirtió en celda abacial. A raíz de estos distintos usos, los murales quedaron ocultos y protegidos detrás del mobiliario, aislados durante siglos de la luz exterior, la humedad y el polvo. A finales del siglo XIX, las pinturas de la capilla fueron redescubiertas y puestas en valor.

A mediados del siglo XX, los murales fueron objeto de una primera restauración a cargo del maestro italiano Arturo Cividini y de una primera tesis doctoral a cargo de Manuel Trens. A partir de ese momento, el interés por los murales fue en aumento por su carácter italianizante, una innovación tanto estilística como técnica en el momento de su realización. En ellos se puede apreciar la influencia de grandes maestros italianos como Giotto, los hermanos Lorenzetti o Simone Martini.

 

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